SANTA TERESA y Los Toros

 A un pariente y a unos amigos abulenses, que
siempre ponderan mis artículos y me lisonjean…
Igualmente. Gracias.
Firma autógrafa de Santa Teresa
Firma autógrafa de Santa Teresa

 Se conmemora este año el quinto centenario del nacimiento de la andariega abulense Santa Teresa de Jesús (Gotarrendura ó Ávila, 28 de marzo de 1515). Aparte de las bien ganadas titulaciones virtuosas de Fundadora, Mística, Santa y Doctora de la Iglesia Católica –cuestiones de las que se ocuparán hagiógrafas plumas mejor versadas que la nuestra, a lo largo de esta conmemoración teresiana-, este artículo se amoldará a rendirle homenaje y a rememorar las actuaciones de la Santa en el mundo de los toros.

Si, amigos, en el mundo de los toros…!!

Recordemos, como la define el marqués de San Juan de Piedras Albas en el primer tomo de su “Fiestas de toros, bosquejo histórico”, que fue: “una mujer de temple, resolución y carácter extraordinarios”. Tres virtudes, tres, taurinas por excelencia donde las haya –temple, resolución y carácter-, que si analizamos con diáfana visión, abstrayéndonos de la religiosidad del personaje, se podrían traducir, taurinamente se entiende, por valor, temple y mando. Tres virtudes o cualidades que en el toreo conducirían al éxito y a la fama. Además de lo dicho, el tipo de arte que hubiese desgranado la Santa en los ruedos de esta ibérica piel de toro, que luego citaremos, lo suyo habría sido un toreo con tintes más gitanos que castellanos, es decir de pellizco, de arte y con duende; el duende con que la definió Federico García Lorca (Conferencias II, “Teoría y juego del Duende”): “…Recordad el caso de la flamenquísima y enduendada Santa Teresa, flamenca no por atar un toro furioso y darle tres pases magníficos, que lo hizo; no por presumir de guapa delante de fray Juan de la Miseria, sino por ser una de las pocas criaturas cuyo duende (no cuyo ángel porque el ángel no ataca nunca) la traspasa con un dardo…

La Santa pintada por fray Juan de la Miseria
La Santa pintada por fray Juan de la Miseria

Aquí Lorca nos descubre una especie de coquetería de la Santa, al ver el retrato que le había pintado, en 1576, fray Juan de la Miseria, contando ella 61 años, le dice: “Dios te lo perdone, Fray Juan, que ya que me pintaste, me has pintado fea y legañosa” -de Fray Juan de la Miseria dice la Santa que era “un frailecico lego de la Orden, que fue a Beas estando yo allí” (Fundaciones 22,21)-como se ve, en la contestación al “frailecico” aflora el carácter recio y castellano que la caracterizaban. Y en verdad que tenía razón, pues Santa Teresa era guapa, al decir de su biógrafo y uno de sus confesores, el padre Francisco de Ribera (Jesuíta): “Era de muy buena estatura, y en su mocedad hermosa , y aun después de vieja parecía harto bien…”, y añado yo “y la que tuvo retuvo”. Además, si a esa belleza femenina se la adorna con tres lunares en la cara, estratégicamente distribuidos, que el fraile pintor no reflejó en el cuadro, a buen seguro que cualquier Tuna universitaria le hubiese cantado aquella canción que inmortalizara Pedro Vargas: “…ese lunar, que tienes cielito lindo, junto a la boca…”, así lo dice su confesor, el padre Ribera: “…En la cara tenía tres lunares pequeños al lado izquierdo, que le daban mucha gracia, uno más abajo de la mitad de la nariz, otro entre la nariz y la boca, y el tercero debajo de la boca. Toda junta parecía muy bien y de muy buen aire en el andar…”. Os imagináis con que aire y garbo paseó aquellos hábitos pardos y aquella capa blanca, por las dos Castillas y Andalucía?

En fin, dejando atrás esas pinceladas curiosas, rememoremos las actuaciones, o más bien los encuentros que tuvo Santa Teresa con los toros. Bien es verdad que, entre los casos que vamos a referir, la Santa no hizo mención alguna, en ninguna de sus obras, de ningún tipo de encuentro directo con los toros, tan solo se refiere a ellos, de pasada,  al hablar de la fundación del monasterio de San José de Medina del Campo, cuando llegaron a esa localidad; en los otros casos que relataremos, tanto el de Duruelo de Blascomillán (Ávila), como el de Beas de Segura (Jaén) es la leyenda popular o, mejor, los relatos transmitidos de generación en generación, los que han mantenido viva la vigencia de aquellos acontecimiento considerados milagrosos. No obstante, a pesar de que el término leyenda nos pueda distraer y poner en duda su veracidad, no olvidemos que son relatos masoréticos que, como su nombre indica, es la tradición la que los ha mantenido vigentes hasta nuestros días.

Una de esas ocasiones en que la Santa tuvo un encuentro con los toros fue al llegar a Medina del Campo, de cuyos hechos hace referencia, por propia pluma, en su libro “Las Fundaciones”, capítulo 3 punto 7, donde refiere que: “Llegamos a Medina del Campo, víspera de nuestra Señora de agosto, a las doce de la noche. Apeámonos en el monasterio de Santa Ana, por no hacer ruido, y a pie nos fuimos a la casa. Fue harta misericordia del Señor, que aquella hora encerraban toros para correr otro día, no nos topar alguno. Con el embebecimiento que llevábamos, no había acuerdo de nada; mas el Señor que siempre le tiene de los que desean su servicio, nos libró, que cierto allí no se pretendía otra cosa”.

Es verdad que la cita, …aquella hora encerraban toros para correr otro día, no nos topar alguno…, es bastante escueta y escasa de concreción y aderezos, cosa que se debe a la humildad que la caracterizaba y al ser poco dada a alabamientos personales (ella misma lo dice en el Prólogo de Las Fundaciones:“…pues en ninguna cosa yo procuro provecho mío ni tengo por qué…”,) y, tal vez, como sigue diciendo en ese prólogo de “Las Fundaciones”, que no se extendió más “…por tener poca memoria, creo que se dejarán de decir muchas cosas muy importantes…”. Claro que se dejó, Madre Teresa, muchas cosas muy importantes sin decir, que nos hubieran servido, al menos a mí, para rematar este artículo. Mas, gracias a que aquellos lugareños que la conocieron, admiraron y posteriormente la veneraron, no quisieron que ninguno de sus gestos, o gestas, se desvanecieran y se perdieran en el tiempo y el olvido.

Convento de Medina del Campo
Convento de Medina del Campo
Placa del Convento
Placa del Convento

Lo cierto es que Santa Teresa arribó a Medina del Campo, para realizar su segunda fundación “carmelitana”, un 14 de agosto de 1567 en compañía de tres monjas (María Bautista, Inés de Jesús, y Ana de la Encarnación), parientes las tres de la madre Teresa, y de otra monja llamada Ana de los Ángeles. También la acompañaron un sacerdote apellidado Muñoz, que era el capellán del obispo abulense, y el venerable  Julián de Ávila, a la sazón capellán del monasterio de San José de Ávila, que ella fundara y donde residía la Santa. Llegaron a Medina sonando las campanadas que señalaban las doce de la noche en el reloj del convento de Santa Ana y, para no hacer ruido por las calles de la ciudad, dado lo avanzado de la noche, dejaron las caballerías en ese convento y a pié se desplazaron hasta la casa donde había de fundar el convento; casa que les había comprado un padre de nuestra Orden, llamado fray Antonio de Heredia, que era el prior del convento de Santa Ana (monasterio que desapareció y en cuyo solar está actualmente la plaza del Carmen). Mientras caminaban por aquellas mal iluminadas calles de la villa, oyeron un ruido aterrador y percibieron la llegada de una manada de toros que amenazaba peligrosamente a aquella comitiva de gente de iglesia. Uno de los toros, que se había adelantado a la manada, llenó de pánico a los caminantes al ver cómo se les venía encima y no tenían donde protegerse. En ese momento la Santa le dio una voz fuerte y el toro no solo se frenó sino que después pasó mansamente, junto a los demás, sin que nadie sufriera daño alguno.

El segundo encuentro milagroso de Santa Teresa con los toros, tras fundar los monasterios de Ávila, Medina del Campo y Valladolid, ocurrió en una aldea pequeña llamada Duruelo de Blascomillán (Ávila), para fundar el primer monasterio de frailes de la primera Regla de Descalzos, en una casa, casi en ruinas, que le había donado un señor de Ávila llamado Rafael González (otros dicen que se llamaba Rafael Mújica Dávila, aunque la Santa solo cita el nombre en “Fundaciones” 13-2). Santa Teresa, en compañía de Fray Julián de Ávila, San Juan de la Cruz y una compañera, se desplazaron a ese lugar, en el mes de junio de 1568, al que llegaron poco antes de la noche. Cómo estaría de derruida la casa que la monja que la acompañaba, Antonia del Espíritu Santo, no estaba de acuerdo con aceptar aquel montón de escombros, cosa que la propia Santa recuerda: “…aunque era harto mejor que yo y muy amiga de penitencia, no podía sufrir que yo pensase hacer allí monasterio, y así me dijo: “cierto, madre, que no haya espíritu, por bueno que sea, que lo pueda sufrir. Vos no tratéis de esto” (Fundaciones, 13-3). Esas recomendaciones de su compañera no fueron suficientes argumentos para disuadirla de su empeño, y lo cierto es que, el tesón que la caracterizaba y la fe que ponía en conseguir lo imposible pudieron más que cualquier consideración por sensata que fuese, y así dejó encargado de hacer lo que pudiese a fray Antonio de Jesús, mientras ella iba a gestionar los permisos necesarios. Volvió el 28 de noviembre de 1568, acompañada de algunas religiosas y dos mercaderes. La nueva casa todavía no estaba terminada ni a medias, ya que aún faltaban varias obras, sacar muchos escombros etc. y los frailes Descalzos no tenían medios humanos ni materiales y ninguna clase de transporte para realizarlo…

Convento de Duruelo
Convento de Duruelo

El relato completo de los acontecimientos posteriores –tanto para conseguir ayudas económicas y una pareja de bueyes, con su carreta correspondiente, para allegar materiales y retirar escombros-, una vez llegada Santa Teresa a Duruelo, subsiste entre los más viejos del lugar, cuyo contenido masorético, transmitido a través de varias generaciones, seguía vivo cuatrocientos años después y fue recogido por un cura de pueblo, D. Genaro Lúcas González, cuando pasó por allí a principios del siglo XX, en 1904, cuyo relato plasmó en una de sus obras titulada “Granitos de Incienso”, tomo IV, 1924, y dice que allí encontró a un anciano lugareño, de unos ochenta años…

Más… dejemos que sea aquel venerable anciano quien nos narre e ilustre, con ese ingenio y saber popular que rezuma la experiencia de los años, sobre todo lo acontecido de aquel famoso milagro teresiano:

Al preguntarle: ¿Cómo se llama aquel pedacito de prado tan verde junto a aquellas hermosas encinas?—Allí fue donde hizo un célebre milagro la Santa Fundadora, contestó el anciano.  Y qué milagro fue?, le preguntó D. Genaro…

 “Allí unció los toros más bravos de la ganadería la bendita Santa Teresa.

Cuente, cuente, le insistió el cura.

Dicen, y yo lo oí mil veces a mi santo abuelo, que cuando vino por primera vez a estos sitios la gloriosa Santa para tomar posesión de la pobre casa, donada con tal objeto por un señor de Avila,  fue tanta la pobreza y suciedad que halló en ella, que los que la acompañaban se opusieron tenazmente a la fundación.

Como la Santa era tan atrevida, es decir, de tantos ánimos, jamás dejaba por dificultad alguna de sus fundaciones, sabiendo que Dios lo quería. Y debía de saberlo, porque sino con lo que aquí la pasó no hubiese fundado.

El sacerdote que la acompañaba, y sobre todo una monja que con ella venía, le dijo: Cierto, Madre, que no haya espíritu por bueno que sea que lo pueda sufrir; vos no tratéis de esto.

Que fué lo mismo que decirla: «Si no está usted loca, no intente semejante disparate

Por la grande suciedad y mucha gente del Agosto (palabras de la Santa), porque se cerraba ganado en ella, no pudieron quedarse a dormir en la casa, y bien que lo necesitaban, pues habían andado perdidos y estaban harto cansados… Muy alegre y resuelta a hacerlo se mostró a la mañana la Madre Teresa; muy tristes y dispuestos a estorbarlo sus compañeros.

Como la Santa no se arredraba ni detenía por nada, reunió a los vecinos del pueblecito que serían unos veinte, y al oír hablar de limosnas a la madre, la dijeron: Señora, somos bien pobres y nada podremos darle; pero dueño de estos campos hay un señor muy rico, pero muy perverso; si ese fuese bueno, podría remediar la necesidad.

Pasáronle recado, y fué tan mala su contestación, que los humildes vecinos no se atrevían a decirlo a las monjas. Porque hubo de decir riendo: ¡Un convento! sí, que lo hagan, yo procuraré no quede fraile ni monja para un remedio. Los bravos toros de mi ganadería darán de ellos muy buen recaudo.

La compañera de la Santa desesperó por completo; y el buen sacerdote rogaba con lágrimas a la Madre Teresa que por Dios no fundase, que Dios no debía de quererlo.

     — Siempre lo vi así, Julián, le contestó la Santa, que cuantos más estorbos pone el demonio, mayor gloria resulta a Dios de hacerlo; os aseguro que me moriría aquí si no fundase. Al verla tan resuelta callaron, porque todos comprendían que Dios andaba de por medio.

Descansad un poquito, hermanos, mientras yo busco a ese bravucón de caballero; paréceme a mí que Dios se va a valer de él para grandes cosas. Y la Santa se lanzó por entre los espesos matorrales (que entonces lo eran mucho) en busca de aquel malvado, más bravo que sus indómitos toros.

Divisó por las cumbres al caballero que pasaba orgulloso revista a su fiera ganadería sobre un brioso caballo; allá se fué para hablarle aquella monja andariega, y detrás la seguían los otros con algunos vecinos del pueblo. Soberbio, si los hay, y descortés como ninguno, se vino a ella aquel miserable, y sin quitarse el sombrero, con un gesto de malvado, le dijo: —Salid pronto de mis campos, o mis toros os harán salir por fuerza.

La Madre Teresa, que parecía esperar esto, con una sonrisa que jamás supo imitar nadie, le dijo: — ¿Señor y dueño mío; precisamente vuestros toros vengo yo buscando.

Quedóse como embobado aquel fiero gavilán; el tímido pajarillo aprovechó este embobamiento para decirle:—Jamás he dudado, bondadoso señor, que dejarais de atender a una petición tan justa. No hay duda que tenéis buen corazón.

Un señor de Avila nos ha donado una casita en este pueblo para el primer convento de la Reforma carmelitana. Dios ha de mover vuestro corazón para que nos deis una yunta, que nos sirva para limpiar la casa y arrastrar algunos materiales.

Volvió el demonio a hacer de las suyas, y como era dueño absoluto de aquel hombre, atizó sus fieras pasiones para que ahogaran los primeros movimientos de generosidad y compasión que en él apuntaron. Tomando de nuevo su instinto feroz, con toda la malicia de su negra alma hizo una contraseña al vaquero, digno criado de tal amo, que se entendieron al punto, y le dijo:

     —¡Tito!… ve con esta monja, y haz lo que ella desea; aparta de la manada al Pinto y al Bardino, y que ella los unza. Esto dijo aquel miserable con tan marcada malicia, que ya no podía detener su burlona risa en el pecho. Y añadió espoleando el caballo y alejándose:

—Si los unce, se los regalaremos para que levante el convento.

—¡Gracias, bondadosísimo señor! contestó la Santa: siempre le juzgué bueno, pero jamás creí podía llegar su generosidad a tanto.

Así habló la Madre Teresa, disimulando las perversas intenciones de aquel infame.

Yo te daré la generosidad, repuso el mal caballero saboreando ya la satisfacción diabólica de ver deshecho en trizas y volar por los aires a aquella imprudente monjilla.

Retiróse él detrás de aquella corpulenta encina para observarlo todo con menor peligro, y al apartarse señalando al sacerdote y a la otra Religiosa que divisó a lo lejos, dijo al vaquero: Mételos por aquel lado, y hoy mismo quedará el convento concluido.

Porque segurísimo estaba el truhán de que los fieros de su ganadería habían de regar estos prados con la inocente sangre de los Fundadores.

Al arrancar la Santa con el vaquero, corrieron desolados el P. Julián y la otra Religiosa; lo habían entendido todo, y llorando se postraron delante de ella, suplicándola que por Dios lo dejase, y no se expusiese a perder seguramente la vida. El vaquero parecía distraído y no entenderlo, y seguía en busca de las fieras.

La Madre Teresa, con aquel ánimo y valor que sólo ella tenía, se fué a la monja y la dijo: – Mejor haría su merced en dejar esas lágrimas para llorar sus pecados y los míos, y no me sea tímida la monjita. Qué, ¿acaso no sabrá mi Jesús amansar las fieras?

Simpática recreación
Simpática recreación

Aún estaba hablando la Madre Teresa cuando al eco de los silbos y voces, al áspero restallar de la honda del vaquero, se vieron salir de entre los demás los toros Pinto y Bardino, y bramando y escarbando furiosos con manos y cuernos la tierra, hasta poner miedo al mismo señor que los observaba escondido, iban los animales como diciendo: —¿Qué hacemos? ¿Quién se nos pone por delante?

¿Quién? Aquella pobre monja que como si se tratara de dos de sus novicias hablóles de este modo: —Venid, venid acá, que ya no sois de vuestro amo, que sois míos. Y diciendo y haciendo se fué derecho a ellos con la mayor sal del mundo.

Helados de estupor se quedaron el Padre Julián y la otra Religiosa, y mucho más el caballero, que esperaba deleitarse viendo por el aire las tocas de la imprudente monja. Pero al fin y a la postre, el imprudente resultó él, porque como dos mansos corderitos se vinieron el Pinto y el Bardino a la Madre Teresa, que les dio alguna palmadita en el cuello, mientras ellos sacaban la lengua como si quisieran besarla las manos.

Volvióse la madre Teresa a sus compañeros, diciendo: —Vengan y no teman, tontitos; tráiganme para uncir mi yunta, porque no hay fiera tan feroz que el Señor no la dome, ni corazón tan duro que el Señor no mueva. Esto debió de decirles, porque notó que el amo se había bajado del caballo, y se le veía postrado en el suelo perfectamente arrepentido y golpeándose el pecho.

Acercóse todo confuso al grupo que con los toros amansados hacían las Religiosas y el Padre, y echándose a los pies de la Madre Teresa, sin dejar de llorar exclamó- Sí, ¡sois Santa! perdonadme, y haced que el Señor me perdone…

Levántese el muy niño, repuso la Madre Teresa, y muy buena ocasión es de probar si de algo valen esas lágrimas: ahí tiene al Padre Julián; confiese con él todos sus pecados, y la obra de Dios será completa.

Confesóse aquel caballero, que tiempo hacía no lo había hecho en su perversa vida, y no sabiendo como agradecer aquel dichoso cambio, le dijo después a la Santa: Vuestros son los toros, pues me habéis vencido en la apuesta; pero lo que más me alegra es que mi corazón, que no entraba en la jugada, me lo habéis ganado también.

Preciso es que me digáis que he de hacer de aquí en adelante.

—¿Qué habéis de hacer? Lo que Dios os inspire con su gracia, para que seáis muy bueno y ayudéis mucho a los santos Padres que aquí vendrán a vivir.

Dicen que le abrazó la Santa, y quedó tan por completo mudado, que más parecía fraile seglar que señor de dinero. Y no sólo ayudó espléndidamente en esta casa, sino que después les dio para fundar en Mancera, y jamás dejó de cumplirse la profecía de la Santa.

Yo, señores, oí a mis abuelos —dijo el anciano— que cerca de ese sitio se conservaba una piedra con una inscripción puesta por aquel caballero, que decía:

     “Aquí Santa Teresa mudó en mansos corderos los dos toros más bravos, y el corazón de un infame en un hombre de bien y fervoroso cristiano…

     Calló el viejo; y sacando un pañuelo, disimuladamente, se enjugó los ojos …  Lloraba…”.

Fin de la cita!

Tras este elocuente, conmovedor y expresivo relato de aquel venerable anciano lugareño, que al igual que otros muchos, de tantos lugares del mundo, han mantenido viva la llama de la tradición, solo nos queda agradecerle el regalo de esa sapiencia que supieron transmitirnos. Aunque también, he de decirlo, nos embarga la nostalgia atribulada al rememorar aquellas charlas, al calor de un fuego hogareño y bajo la luz de un lacrimoso candil, donde nuestros abuelos nos dejaban boquiabiertos con los relatos, que nos parecían fantasiosos, de otras épocas y que mantenían viva la historia y el umbilical vínculo familiar. Hoy en día, me temo, que con tanta “giga”, tanto “facebook” y tanta “wasasp” de informática (¡que no tiene ni pizca de gracia la wasa!), se ha perdido, cuando menos, aquellos momentos entrañables y aquella intrahistoria genealógica familiar, que solo oralmente nos ponía en el conocimiento de quiénes somos y de dónde venimos. Hoy ya, como “la leche la da el tetrabrik” que dijera recientemente un alumno, cualquier mozo creerá que sus antepasados son la “Nintendo”, la “tablet” o el “iPhone”, por este orden. No más. ¡Bonita genealogía familiar!

Qué diría hoy la Santa de esta juventud, si comprobase que no proviene “el daño de una parienta que trataba mucho en casa” (y que en vida de su madre no la dejaba entrar), sino de lo que llaman las nuevas tecnologías, además tan preocupada ella, como lo estaba, de una buena directriz y orientación juvenil cuando dijo aquello de: “Si yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres que en esta edad tuviesen gran cuenta con las personas que tratan sus hijos, porque aquí está mucho mal, que se va nuestro natural antes a lo peor que a lo mejor”(El libro de la Vida, cap. 2, 3).

Más prosigamos, que la Santa es gran tragaleguas y a poco que nos distraigamos nos sería harto penoso darle alcance, durante ese largo camino que separa Ávila de las sierras de Segura, donde se encuentra otra de las casas que fundara esa andariega mujer.

Dice que encontrándose ella en Salamanca “…vino un mensajero de la villa de Beas, con cartas para mí de una señora de aquel lugar y del beneficiado de él y de otras personas, pidiéndome fuese a fundar un monasterio, porque ya tenían casa para él, que no faltaba sino irle a fundar” (Fundaciones 22,1). Ella, con las debidas precauciones, se informó bien de aquel hombre y “…Díjome grandes bienes de la tierra, y con razón, que es deleytosa y de buen temple.” Aún así, no estaba Santa Teresa muy entusiasmada con la idea de ir a fundar a un lugar tan remoto, no solo por “…las muchas leguas que había desde allí allá, parecióme desatino…” si no porque para poder fundar en aquella tierra era menester recabar el “mandado del Comisario Apostólico, que -como he dicho- era enemigo, o al menos no amigo, de que fundase.” (Fundaciones 22,2)

Tras varias gestiones, en Salamanca, a través del superior de su Orden consiguió la autorización de “…el padre Maestro fray Pedro Fernández, que era el Comisario…”, al parecer gracias a cierta “influencia” del rey Felipe II, y así pudo realizar la primera fundación en territorio de la Orden de Santiago en Andalucía. No obstante, todos esos permisos fueron “…tan dificultoso de alcanzar, que pasaron cuatro años”(Fundaciones 22,14). Acompañada de otras nueve monjas, se puso en camino hasta el lejano pueblo de Beas de Segura (Jaén) para fundar el que sería el décimo convento de monjas de la Orden, llamado San José del Salvador.

La misma Santa relata su entrada en la villa de Beas de esta manera:  “…Al venir a fundar el monasterio, se pareció bien que lo tenía negociado con Dios en quererlo aceptar los prelados, siendo tan lejos y la renta muy poca… Así vinieron las monjas al principio de cuaresma, año de 1575. Recibiólas el pueblo con gran solemnidad y alegría y procesión. En lo general fue grande el contento; hasta los niños mostraban ser obra de que se servía nuestro Señor. Fundóse el monasterio, llamado San José del Salvador, esta misma cuaresma, día de Santo Matía”. (24 de febrero). (Fundaciones 22, 19)

Al llegar a Beas de Segura se encontró que la Villa sufría una gran epidemia, con la perdida de la mayoría de animales domésticos, y en especial los destinados a las labores del campo.

Santa Teresa estaba preocupada al ver que las yuntas de bueyes, que eran parte fundamental en el acarreo y transporte de las piedras y demás materiales que necesitaba para construir su convento, estaban tan mermados físicamente que casi no eran capaces de arrastrar las carretas. Aún así, los habitantes de la villa, de forma voluntaria, le prestaron a la Santa un par de bueyes para que le fuesen más fáciles los trabajos. Así fue como empezaron las obras de construcción del edificio que tenía que dar cobijo a la fundación de Carmelitas.

Según avanzaba la construcción del convento empezó a remitir la epidemia de una forma sorprendente. Los primeros en notar la mejoría fueron los bueyes que Santa Teresa estaba utilizando para el acarreo de materiales. Después se fueron recuperando los demás animales de la villa, cuya epidemia remitió definitivamente el 25 de abril, festividad de San Marcos.

Se dice que Santa Teresa mandó se celebrara en honor a San Marcos, una fiesta religiosa, todos los años, en agradecimiento a la divina intervención del Santo Evangelista, por haber librado de la epidemia a la villa y  salvado al ganado vacuno, gracias a lo cual pudo finalizar felizmente la construcción del convento. También mandaría que, en dicho festejo, se corrieran por las calles los dos bueyes que ayudaron a la Santa en las labores de la edificación.

Si bien esta costumbre, aunque a veces atribuida a la Santa, su existencia es probable que fuese muy anterior, tal como consta en el primer documento registrado en las “relaciones de la villa”, mandadas elaborar por Felipe II en 1575: “Ansí mismo hay voto en esta villa, día del señor san Marcos, que no se matan ninguna carnes ni se pesan, ni abren carnecerías de esta villa. Lo cual se prometió en voto en años pasados, por grandes infortunios e plagas de la langosta. No se sabe el tiempo que ha que se prometió e votó, más que de tiempo inmemorial a esta parte se tiene y guarda” (capítulo 52 “Fiestas y votos populares”). Es una fiesta importante en el pueblo, conocida como “El Toro ensogado de Beas” o “El Toro de San Marcos”, declarada en el año 2.000 “Fiesta de Interés Turístico de Andalucía”, y en 2.011 “Patrimonio Cultural Inmaterial”.

Conventos fundados por la Santa
Conventos fundados por la Santa

Otro acontecimiento, que se recuerda en el lugar, da muestra de la relación que mantuvo la Santa con los toros y que iría agrandando la leyenda de la monja torera.

Al igual que hicimos cuando relatamos los acontecimientos de Duruelo, que nos apoyamos en los relatos de aquel anciano y que nos facilitó D. Genaro en su “Granitos de Incienso”, en el caso de Beas de Segura es el antropólogo y profesor Flores Arroyuelo el que a través de su obra “Fiestas de ayer y de hoy en España” nos informa, sucintamente, de un hecho ocurrido a Santa Teresa, considerado milagroso, que se conserva como leyenda en la tradición de los habitantes de ese pueblo.

Dice el profesor Arroyuelo que, mientras se estaban realizando las obras del convento de San José del Salvador, de esa localidad jienense, uno de los toros que utilizaban para el acarreo de materiales se escapó, recorriendo las calles del pueblo y sembrando el pánico allá por donde pasaba. Avisada la Santa de tal acontecimiento, encomendándose a Dios, salió en busca del animal sin guardar las más mínimas precauciones ante un posible ataque o embestida del animal. Tras recorrer varias calles se topó de cara con el toro y, al igual que ocurrió con los toros que le regalaron en Duruelo, llamó al furioso bovino y éste, sumiso, acudió ante la Santa con el testuz humillado, atándole con una soga sobre los cuerno y devolviéndole al convento de donde escapó, ante el asombro de los habitantes del pueblo que no cesaron de alabar a la Santa.

Hay quien relaciona este hecho milagroso con la celebración del “toro de cuerda” que se corre en este pueblo durante las fiestas de San Marcos, consideradas de “Interés Turístico”.

Hasta aquí tres de los relatos en que la Santa tuvo otros tantos encuentros con los toros. Las fuentes, como vemos, proceden de la tradición popular, que mantiene viva aquellos hechos considerados milagrosos. Al traerlos aquí no hacemos otra cosa que rememorarla y honrarla, además, como ella misma dice, aunque se refería a una monja que murió “…es justo se haga de ella memoria…”(Fundaciones, 12).

Ávila, plaza del Mercado grande
Ávila, plaza del Mercado grande

La Santa, como sabemos, murió un 4 de Octubre de 1582 y enterrada al día siguiente, pero debido a que ese día 5 entró en vigor el calendario Gregoriano, que sustituyó al llamado Juliano, a esa fecha se le añadieron diez días, por ello se conmemora su muerte el día 15 de Octubre de cada año.

A los catorce años de su muerte y por mandato de Felipe II, ordenó se hicieren las gestiones necesarias para que se abriesen los Procesos de Beatificación y así, en la Sesión del 17 de Febrero de 1596, las Cortes de Castilla acordaron: “Habiéndose votado se acordó por mayor parte, que don Martín de Porras y don Pedro Tello escriban en nombre del reino una Carta a Su Santidad suplicándole mande cometer a algún perlado dél, haga información de la vida y milagros de la madre Teresa de Jesús, fundadora de la Orden de las monxas Carmelitas Descalzas, porque los testigos que al presente son vivos dello, no se mueran.

Las gestiones surtieron su efecto 18 años después, el 24 de Abril de 1614, cuando el Papa Pablo V la elevó a la categoría de Beata, reinando el hijo del anterior rey, Felipe III “El Piadoso”, que además era un gran aficionado a los toros y fue tal la euforia, la alegría, el júbilo y el regocijo público que se levantó en toda España, que fue un verdadero acontecimiento nacional. Innumerables fueron las celebraciones realizadas en toda la Península Ibérica (incluido Portugal) y en especial en las poblaciones donde había conventos y monasterios de Carmelitas Reformados, fundados por Santa Teresa, donde, como es natural, no faltaron solemnes funciones de Iglesia, y los sermones que se pronunciaron “fueron muy graues y doctos, efmerandofe los predicadores en las alabanças de nueftra Santa Madre”; además se prodigaron Justas y Torneos Literarios en las grandes ciudades como Madrid, Salamanca, Ávila, Valladolid etc., sin olvidar las celebraciones de especial deleite para el pueblo, como fueron las Fiestas de Toros.

En todos esos acontecimientos, de diversa índole, tomaron parte no solo “…el rey Felipe III y la reina Dª Margarita de Austria, sino Lope de Vega, el Maestro Vicente de Espinel y Cervantes, coadyuvaron personalmente al mayor esplendor de las mismas. En total fueron 86 las poblaciones que celebraron con diversos festejos la Beatificación de la Madre Teresa de Jesús”, según relata el marqués de San Juan de Piedras Alba en la obra citada al principio. Además aporta una amplia relación de las Fiestas de Toros que se corrieron por toda España, relación que toma, principalmente, de Fr. Diego de San José, de su obra “Fiestas en la Beatificación de Santa Teresa” 1615. Calcúlese que, en la centuria de que hablamos, la costumbre era correr 6 toros por la mañana y ocho por la tarde, sin contar que en muchas ciudades se corrieron varios días seguidos, como en Ávila, donde se corrieron 12 toros en la plaza del Mercado chico y al día siguiente se corrieron en la del Mercado grande. Aún así, haciendo una media de ocho toros por festejo y las 86 poblaciones que las celebraron, el cálculo arrojaría más de 700 toros los que se corrieron para conmemorar tan fausto acontecimiento, a pesar de estar vigente el Breve “Supcepti Muneris” de Clemente VIII, que mantenía la prohibición a los toros, aunque ya solo era de guardar para: “Monachis et fratribus Mendicantibus, coeterisque cuiuscumque ordinis et intituti regularibus…” es decir: “…a los monjes y hermanos mendicantes y a los regulares de cualquier orden o instituto regular…”.

Ávila, plaza del Mercado chico
Ávila, plaza del Mercado chico

Cuando el 22 de Marzo de 1622 el Papa Gregorio XV la eleva a los altares con la categoría de Santa, se vuelven a repetir las mismas celebraciones de público regocijo, en los que no podían faltar las Fiestas de Toros. A este respecto el conde de Las Navas, en su obra “El espectáculo más Nacional”, tomo I, pag. 113, dice: “Y por lo que hace a canonizaciones, diré, que sólo la de Santa Teresa costó la vida á más de 200 toros en unas treinta corridas, dadas en lugares donde había conventos fundados por la insigne doctora de Ávila”. Como se ve el número de celebraciones de festejos de toros fue sensiblemente inferior a su beatificación. No obstante los actos litúrgicos solemnes no desmerecieron a los primeros.

Y ya, como dijo la Santa “Buen trueco sería acabar presto con todo y gozar de la hartura perdurable” (Camino de perfección), mas permitidme que incluya aquí lo que dijo Fray Luis de León, maestro de “Exégesis Bíblica” en la Universidad de Salamanca, cuando fue llamado por las Carmelitas Descalzas de Madrid, durante el Priorato de la madre Ana de Jesús, a la que Santa Teresa llamaba “Capitana de las Prioras”, para que publicase las obras de la Santa, y él mismo al escribir el Prólogo de la tercera edición de las obras que, bajo su vigilancia, se publicaron en 1588, decía: “Yo no conocí ni vi a la Madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra; mas ahora, que vive en el cielo, la conozco y veo… en dos imágines vivas que nos dejó de sí…, sus hijas y sus Libros”.

Y termino, reflejando unos versos extractados de Lope de Vega, de entre los 423 que compuso para el “Discurso” de presentación del Certamen Poético, que se celebró en Madrid, con motivo de la beatificación de Santa Teresa:

Si exceden sus milagros el arena
Del claro Tormes, que los muros baña,
De aquel Alba del Sol, sepulcro alegre,
Porque dónde morir el Sol podía,
Que no fuera en el Alba de otro día?
 

Y termina diciendo:

Y en ellos a escrivir vuestras grandezas,
No como mereceys, que es imposible;
Mas como alcanza nuestro corto limite,
Que mientras vos Señora estays mas álta,
Mas corta ha de quedar nuestra rudeza,
Mas descubierta nuestra propia falta,
Y con mas opinión vuestra grandeza.

 

Ya sé que me excedí en demasía, mas pido “harta benevolencia” al que lea este epistolar relato y espero que no haya experimentado el segundo movimiento de aquel consejo que cierto Obispo dio a unos “misacantanos” al decirles: “Los sermones cortos mueven el corazón y los largos las posaderas”.

En fin, todo sea en loor de Santa Teresa!!!

 Plácido González Hermoso.

 

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 A un pariente y a unos amigos abulenses, quesiempre ponderan mis artículos y me lisonjean… Igualmente. Gracias.  Se conmemora este año el quinto centenario del nacimiento de la andariega abulense Santa Teresa de Jesús (Gotarrendura ó Ávila, 28 de marzo de…

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