
La puntilla, llamada también cachete, cuyo uso y utilidad todos conocemos, era usada desde épocas tan antiguas como podéis comprobar a continuación:

El filosofo Platón, quien por cierto era un gran comedor de higos, en su obra “El Kritías”, nos describe la forma que tenían los reyes de la Atlántida para abatir al toro, cuando lo inmolaban a Poseidón:
“…cuando debían tratar de cuestiones jurídicas se daban pruebas de fidelidad en la siguiente forma: Soltaban los toros en el recinto consagrado a Poseidón (el Heraklion)… después de suplicar al dios que les permitiese capturar la victima que le pareciera más grata, sin armas de hierro, le daban caza con garrotes y lazos. Arrimaban a la columna el toro apresado y lo ejecutaban en su cima como estaba prescrito… Después de terminar el sacrificio y consagrar todas las partes del toro, llenaban de sangre una crátera y se rociaban uno a uno con unas gotas de ella… A continuación, sacando alguna sangre de la crátera con copas de oro… bebían la sangre y depositaban la copa como exvoto en el santuario del dios…”
Otra referencia, de apuntillar los toros, la encontramos en el “Poema de Gilgämesh” (hacia 2.600 a.C.), considerado el primer poema épico de la humanidad, donde se describe la escena en que el héroe y su amigo Enkidu luchan contra el toro que les envió la diosa Isthar, para vengarse de Gilgämesh, por haberla desairado y no acceder a sus requiebros amorosos: “…¡Amigo mío, he visto el medio de abatir al toro, y nuestras fuerzas serán suficientes para vencerlo!, ¡Quiero arrancarle su corazón para ofrecérselo a Shamash!.Yo le voy a perseguir, lo cogeré por lo grueso de su cola y le retendré fuertemente sus dos pezuñas, tu, por delante él, tú lo agarrarás y entre la cerviz, las astas y el crucero con tu puñal lo herirás de muerte”. (Columna IV, Tablilla VI del Texto Asirio) El poema sigue describiendo la lucha, muerte y descuartizamiento del toro. Enkidu tomó las partes del animal y las arrojó con burla a la cara de la diosa. Como es natural, semejante agravio no podía quedar sin castigo, y la diosa le envía una enfermedad muy dolorosa, de la que fallece a los trece días.

Ya en épocas más cercanas, sabemos que la práctica de apuntillar los toros era una habilidad de aquellos diestros del s. XVIII que practicaban la suerte de montar los toros, como podemos ver en la tauromaquia de Goya practicada por Mariano Cevallos, o la ejecutada por Ramón de Rozas “El Indio”, natural de Veracruz, del reino de Nueva España, el día de su presentación en Madrid el 27 de septiembre de 1.784 en que “…montó al noveno toro, quebró rejones desde el mismo toro al siguiente; y matando luego con un puñal aquel en que iba montado…”. Cuentan las crónicas que el éxito fue tal que se recaudaron 20.000 reales más que la mayor recaudación alcanzada en las once corridas precedentes.

La habilidad del puntillero debe ser de una certeza máxima, en evitación de los males que ya conocemos, como marrar y levantar al toro. ¡Dios le valga!. Con el consiguiente enfado de públicos y toreros.

A mediados del s.XIX, los había tan prácticos y atinados que, desde larga distancia, tiraban la puntilla y acertaban a descabellar al toro. ¿Sería cierto? Qui lo sá! Entre los más diestros que citan los revisteros de la época, figuraban José Díaz “el Mosca”, que perteneció a la cuadrilla de José Redondo “el Chiclanero”, o Manuel Bustamante “el Pulga” y Joaquín del Río “Alones”, entre otros.
Algunas figuras del torero también practicaron diversas suertes de apuntillar al toro, como José Cándido (siglo XVIII), a quien se le atribuye la invención de la “suerte del puñal”, además del “salto al testuz”, o como Antonio Reverte Jiménez (1870-1903) que era diestro en la “suerte de la ballestilla”.


Una costumbre, ya bastante en desuso, era la de tener contratado, en cada plaza, un puntillero de reconocido acierto y pericia, siendo reconocido su prestigio por toreros y aficionados. Uno de los últimos reconocidos fue Agapito Rodríguez, que permaneció ejerciendo su profesión 28 años en la plaza de Madrid, donde tiene erigida una placa a su memoria, para reconocimiento de su buen hacer, que satisfizo a toreros y aficionados.
Que algunos tomen nota de aquellas pericias para mejor lucimiento. Y así sea. ¡Amén!
Plácido González Hermoso


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¿Existe un estilo mexicano y un estilo español al momento de apuntillar un toro?