FELIZ NAVIDAD – 2013

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Permitidme que os cuente una experiencia vivida… años ha…!

Corría el año 1973, Diciembre, Sáhara español (se llamaba), donde permanecí doce años (1964-1976). El territorio llevaba sufriendo tres años de una pertinaz sequía y la población nativa, “saharauis u hombres azules” se llaman, padecían una hambruna galopante, y las consiguientes secuelas de desnutrición, infantil ante todo, además de diarreas, disentería, etc. agravados por la pérdida de parte de los exiguos ganados que poseían… cuatro o cinco cabras u ovejas por familia, a lo sumo, y alguna camella que otra, algunos. No más!

Nuestro gobierno, entonces, envió miles de toneladas de alimentos no perecederos para personas y cereales para el ganado, que se distribuyeron, de inmediato y gratuitamente, entre el 90% de la población nómada más necesitada, que era la mayoría de la población (no más de cien mil personas), diseminados por los más de doscientos cincuenta mil kilómetros cuadrados de extensión de la colonia española. Aproximadamente la mitad de España.

Junto a las innumerables caravanas de camiones que, abarrotados de alimentos para personas y animales, se diseminaron por las diversas y vastas regiones desérticas del territorio, fueron secundadas por grupos de facultativos, médicos y enfermeros, que intentaron y en parte consiguieron, cortar o paliar las endémicas enfermedades que padecía la población. Se desplazaban a los focos infecciosos, generalmente bien pertrechados de medicinas y material quirúrgico, en helicópteros. ¡Por aquello de ganarle tiempo a la vida…!, aunque al llegar, a veces… la vida ya había expirado.

Miyec, junto al Trópico de Cáncer
Miyec, junto al Trópico de Cáncer

Participé en una de esas expediciones con catorce camiones, de unos diez mil kilos cada uno. Fijé mi “cuartel general” y “centro de operaciones” en el puesto de Miyec (23ºN, 14ºO), junto al Trópico de Cáncer y cercano a la frontera interior y oriental que linda con Mauritania, a unos mil doscientos kilómetros al sureste de El Aaiún, la capital del territorio. El trabajo de reparto, que duró diez y seis días, era de sol a sol y recorriendo decenas de kilómetros para encontrar los innumerables asentamientos de los nómadas, que se componían de unas cuatro o cinco jaimas (tiendas de pelo de cabra que les sirve de vivienda), en dos o tres Km. a la redonda cada asentamiento. El volumen del reparto, que era gratuito como dijimos, estaba en función al número de personas que componían la familia. Número que, de viva voz y sin más comprobaciones, facilitaba la mujer que se encontraba sola en la jaima o acompañada de algún hijo menor de cinco años, pues los que pasaban de esa edad, hijos e hijas (guayetes  y  guayetas), junto con el padre, estaban pastoreando el ganado por el desierto.

el fuerte de Miyec, perímetro 20x20 metros
el fuerte de Miyec, perímetro 20×20 metros

Una tarde…, cuando la luz del día se encuentra ya casi vencida por la penumbra y el sol, junto con el exiguo horizonte, principian a perder su luminosidad y comienzan a entintarse de tonalidades de opacado ámbar, aterrizan en el fuerte de nuestro cuartel general dos helicópteros, cuyos facultativos trasladaban de urgencia, al hospital de El Aaiún, a dos niños esqueléticos de corta edad; tres, cuatro años a lo sumo. La escala se hizo necesaria, no solo para repostar carburante a los helicópteros, sino para poder suministrarle a las criaturas unas bolsas de suero, de las que no disponían en el lugar donde los encontraron, y con ello conseguir mantener las constantes vitales de los niños durante el viaje de traslado al hospital. Unas tres horas y media de viaje.

En el momento de aplicarles la vía intravenosa para suministrarles el suero, además del oxígeno correspondiente, saltó la alarma. De inmediato, los facultativos, y yo que presenciaba la acción, comprobamos con asombro que el flujo sanguíneo de las venas infantiles, en especial la de uno, eran incapaces de absorber la gota lenta y monocorde del suero que se deslizaba por el tubo transparente desde la bolsa suministradora. La respuesta fue un abultamiento de la vena, en la zona donde se aplicó la vía, que en pocos segundos adquirió la dimensión de una pelota de ping-pong, lo que obligó a disminuir el ritmo del goteo de la solución aplicada.

Al ver aquello, interpelé con la mirada al médico que estaba frente a mí, sobre el niño que veíamos con mayor gravedad, y la respuesta visual que recibí no pudo ser más frustrante. El rostro del facultativo se demudó de una forma sobrecogedora y su boca esbozó un rictus de impotencia. El padre del niño más grave, pues los dos padres acompañaban a los chiquillos al hospital, al ver el diagnóstico facial del médico y comprendiendo la gravedad de la situación, lleno de una admirable resignación y sujetando el sufrimiento, susurró tan solo una frase ininteligible y de un medio chapurreado castellano: ¡Suerti Mulana! (sea lo que Dios quiera).

La frase apenas se oyó, pero un profundo silencio invadió la estrecha habitación donde nos hallábamos y… un ¡Suerti Mulana!, restalló con inusitada potencia dentro de cada una de nuestras mentes y… nos heló la sangre.

La situación, tras más de una hora de esfuerzos facultativos, pudo estabilizarse un poco y raudos, sin perder más tiempo, los pájaros de acero se elevaron y alejaron, transportando aquellas dos incipientes y esqueléticas vidas que, como las nuestras, dependían sobretodo, además de los remedios de la ciencia médica, de la voluntad insondable de ¡Mulana!. O de Dios, que es lo mismo.

Pasó una noche… pasó un día y otro día… y no cejaba de resonar en mí mente aquel “Suerti Mulana”, de aquel humilde y resignado padre. Fueron tres días en que los silencios que a veces nos invadían a muchos, se llenaban de la incertidumbre por la suerte de los niños que, sin preguntarnos, nos interpelábamos.

Supimos, después, que uno de los pequeños se había aferrado a la vida con tanta fuerza, que había logrado sobrevivir, ¡porque así lo quiso Mulana! El otro, pequeño, desvalido, de esquelética pero linda carita y de un color morenico de arena sahariana, que aún conservo en mi memoria,  tras tres días de espera se marchó, al fin, con su Mulana.

Desgracia, fatalidad, pérdida de una incipiente vida?. Nada de todo eso. Lo que ocurrió fue lo contrario, lo antónimo. Fue una Gracia, un Premio, una Recompensa, una demostración del Cariño que Mulana dispensa de una manera especial a los Niños, porque como Dios que es, necesita de la ternura, la pureza, la inocencia y la alborotadora alegría de los niños y los llama para recompensarlos. Ya lo dijo nuestro Mulana, Jesús:”Dejad que los niños se acerquen a mí, porque el reino de Dios pertenece a los que son como ellos”. (Marcos, 10, 14)

La experiencia que saqué de aquella bendita situación, y digo Bendita porque fue Dios, o Mulana que es lo mismo, quien, en unos segundos, nos hizo ver que nos estaba dictando una extraordinaria lección de humildad, de resignación, de conformidad y aceptación de los designios de su divina voluntad; sin alharacas ni aspavientos de dolor, por parte de aquel padre sencillo, pobre y acostumbrado a soportar un sinfín de calamidades que le deparaba, no solo las inclemencias del desierto, sino su pobreza y su miseria, fue una lección que jamás olvidaré.

Y aquel niño, al que llamé “Mulanito saharaui” desde entonces, se fue a disfrutar del reino que le pertenece, a jugar y divertirse con otros angelitos, a pastorear las ovejas y las cabras de su Mulana celestial y a recibir todo el cariño que su Dios le tenía reservado.

Cuando veáis el cielo «emborregado”, no os enredéis en galimatías ni trabalenguas. No. Esos copos acuosos como de lana de corderos que veis, no son lo que parecen, ni pensáis. Son las pisadas de los saltos de alegría, de las carreras jubilosas de todas las infantiles criaturas, que están jugando y disfrutando felizmente, en ruidosa algarabía, de ese reino que Dios les regaló.

Pero no permitáis que los árboles os impidan ver… la realidad. A pesar de lo retórico y ampuloso que pueda parecer el relato, porque la redacción a veces es así de caprichosa y permite estos giros literarios, lo esencial es que ¡La Pobreza sigue golpeando fuertemente a los más débiles… del mundo entero!. Tú puedes conseguir ¡Ganar tiempo a la vida. Llegar antes de que, esos millones de pobres del mundo, se queden sin fuerza en el flujo sanguíneo, porque tu ayuda no pasó del intento!.

     Esta Navidad ¡acoge un pobre en tu hogar!. No he dicho en tu Casa, sino EN TU HOGAR. Y el hogar al que me refiero lo definió Plinio el Joven (escritor romano, año 61 al 112, después de Cristo): “Hogar es donde habita el corazón”. Así que, si en tu corazón hay un hogar, recibe esta Navidad a un pobre, ayudándolos, y si es un Mulanito, mejor. Ellos son los más débiles, los más frágiles, los más indefensos, los más desvalidos… y la Alegría personificada! Y nuestro Mulana Jesús lo dijo bien claro: ”Quien recibe a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe…”(Marcos 9, 37)

Que Dios bendiga tu Corazón, y tu Hogar.

    ¡¡ FELIZ   NAVIDAD ¡¡

Os desea Plácido González y Familia

PUEDES AYUDAR: Acudiendo a tu Parroquia,

a Cáritas España: www.caritas.es

a Manos Unidas: www.manosunidas.org

a Misioneros Dominicos: www.selvasamazonicas.org

a Misioneros Combonianos de África: www.combonianos.es

a Misioneros del Mundo: www.portalmisionero.com/mundo.htm

y a cualquier otra Organización Religiosa Misionera.

  Permitidme que os cuente una experiencia vivida… años ha…! Corría el año 1973, Diciembre, Sáhara español (se llamaba), donde permanecí doce años (1964-1976). El territorio llevaba sufriendo tres años de una pertinaz sequía y la población nativa, “saharauis u hombres azules” se llaman, padecían una hambruna galopante, y las consiguientes…

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