EL TORO de BODAS o la búsqueda de la fertilidad

Mural de Jose Angel Llamas, toroenmaromado.com
Mural de José Ángel Llamas, toroenmaromado.com

En este capítulo trataremos, precisamente, sobre la costumbre ancestral de los ritos de boda, en los que el toro es el actor principal, en el reparto teatral mágico-genésico, cuyos efectos fecundadores parece transmitir dicho animal tras la realización de elaborados rituales.

Desde la más remota antigüedad, el hombre no ha cesado de realizar una variedad ingente de rituales: como los de iniciación, de sangre, de tránsito o de paso, de fecundación, purificación, conmemoración, expiación, consagración, acción de gracias o de exorcismo etc. etc., con el fin de conseguir todo aquello que por sus escasos medios humanos no era capaz de lograr, manteniendo vivas sus creencias en que por medio de estas ceremonias esperaba que, bien la divinidad o el toro, en el caso que nos ocupa, lograse el prodigio de transmitir la fertilidad y la fecundidad a los futuros desposados.

Ya he hablado, en muchos de mis artículos, de cómo diferentes divinidades en la antigüedad, simbolizadas por el toro, fertilizaban la tierra mediante el envío del semen divino en forma de lluvia fecundante -motejados como “dioses-toro de la lluvia”-, creencias propaladas por todo el llamado “creciente fértil” (Mesopotamia, Israel, Fenicia o Canaán).

La "Pachamama"
La «Pachamama»

Los antropólogos son los primeros    que nos informan sobre la potencialidad fecundante que transmitía el toro, en una de las dos religiones más antiguas que se conocen de la humanidad, que eran las “Heliolatrías” (adoración al sol como elemento generador de vida) y las “Taurolatrías” (que era la adoración al toro como elemento fecundador de esa vida solar); de ahí la costumbre ancestral de asperjar sangre de toros sobre los sembrados, con el íntimo anhelo de obtener grandes cosechas. Algo que se sigue practicando en las regiones remotas del altiplano andino de Perú y Bolivia utilizando, en este caso, la sangre de las Llamas (un camélido artificial derivado de cruces del “Guanaco” salvaje) al tiempo que invocan a la “Pachamama” que es la Madre Tierra, (del quechua pacha=tierra y mama=madre), para que aumente las exiguas cosechas de aquellos gélidos páramos.

Ejemplos similares hay en la antigüedad referidos a las propiedades que ejercía la sangre sobre los sembrados, como ocurría en el mundo romano, donde la vaca era el animal favorito para ofrecer a Júpiter y a la “Tellus Mater” (una diosa que personificaba la Tierra), y en los ritos agrarios de fecundar los campos, realizaban unas fiestas, con sus correspondiente rituales, llamadas “Fordicidia” u “Hordicidia” (fiestas dedicadas a la fertilidad de los campos), que estaban dedicadas a ésta diosa. Se celebraban hacia el 15 de abril para asegurar la fecundidad del campo y la abundancia de las cosechas, y en dichos rituales se sacrificaban vacas preñadas. Estas fiestas eran anteriores a las dedicadas a la diosa Ceres (diosa de la agricultura y la fertilidad), conocidas como las “Cerealias”.

"Tellus Mater"
«Tellus Mater»

Sobre esos rituales de las “Fordicidias”, Flores Arroyuelo nos aporta una leyenda que se remonta en el tiempo al reinado de Numa-Pompilio (2º rey de Roma 715-672 a.C., que sustituyó a Rómulo): “…la ninfa Egeria (diosa romana de las fuentes y los partos), oráculo de Faunus (un dios que había promovido la agricultura y la cría de ganado entre los hombres), reveló a Numa el remedio para poner fin a años de penuria y pobreza, consistente en el sacrificio de una vaca preñada cuya sangre debía regar la tierra para fertilizarla…en un acto que  podemos comprender como mágico simpático por el que  a la tierra fecunda se le ofrecía una víctima fecunda”. (1)

También en la India encontramos al dios Agni que, a pesar de ser el dios del fuego, purificaba las aguas y se le hacía aparecer “al frotar una flor de loto” y por eso se le llamaba “toro de las aguas” porque las volvía fecundas (Rig Veda, X, 21, 8). (2)

O qué decir de Apis, el “Toro sagrado” de Egipto, considerado como dios de la fuerza y la fecundidad, al que se le rendía ya culto 3.000 años a.C.; el cual era llevado en suntuosa procesión, una vez nacido e identificado por los sacerdotes, hasta su templo de Menfis, y durante el trayecto por el río Nilo, llevado en la Barca Solar, las mujeres egipcias le mostraban el sexo al Toro para que las volviese fértiles; prácticas que repetían en el templo menfita, ya que en la sala del santuario donde era mostrado diariamente el Apis, había dos pasillos, para hombres y mujeres, y en el de éstas había una estrecha y alargada ventana a la altura de la cadera, llamada “la ventana de la aparición de Apis”, que servía para que las féminas le mostrasen el sexo al toro, invocándole la transmisión del don de la fertilidad.

Esa transmisión del poder genésico del toro también podía transmitirse a través de su sangre, como nos relata el escritor Plinio el Viejo (23-79 d.C.) en su “Historia Natural”, que en Grecia y Roma se utilizaba la sangre del toro, a la vez, como veneno o reconstituyente y dice que: ”…la sangre de un toro negro y bravo, restregada en los riñones de una mujer, provocaba en ésta una excitación especial…”. Este mismo autor, en la obra citada, nos describe también un sacrificio del druidismo celta asociado con la curación de la esterilidad: “… el sexto día de luna, los druidas (así se llamaban los sacerdotes celtas) subían a un roble sagrado y cortaban una rama de muérdago, usando para ello una “hoz dorada” (probablemente de bronce dorado), cogiendo la rama con un manto blanco. Después, sacrificaban dos toros blancos. La creencia era que cuando se mezclaba el muérdago con la sangre de los toros sacrificados, la ingestión de la pócima curaba la esterilidad”.(3)

Tras esta larga exposición de motivos, con ejemplos y datos fehacientes, podemos afirmar que la presencia del toro en las bodas, o mejor, la celebración de las bodas con la programación ineludible de una corrida o fiesta de toros, era la consecuencia sicológico-social de las antiguas creencias en la transmisión fecundante del toro.

Hubo muchas corridas que se programaron en la antigüedad, encuadradas por los taurómacos como “corridas reales”, que en su origen venían a cumplir el mismo fin subyacente en la sociedad, aunque con diferente ritual, pero siempre tenía por objeto la demostración de la bizarría y hombría del noble participante, que en realidad no es otra cosa que la demostración pública del vigor y la masculinidad de que hacían gala para atraer y enamorar a damas o jóvenes doncellas. Por tanto es lógico sostener que las corridas reales, como en algunos ejemplos que relataremos, venían a cumplir, con todas las variables que se quiera, con todos los requisitos de los rituales de fecundidad de las llamadas “corridas de toros nupciales”.

Alfonso VII
Alfonso VII

De esas corridas nupciales nos informa el Marqués de Piedras Albas, en su obra “Fiestas de Toros Bosquejo histórico” que extrae del Códice titulado “Crónica de Ávila”, de la realización de una boda regia, la más antigua de que se tiene conocimiento escrito, según dice el marqués, acaecida en la capital abulense el año 1080 y la describe así: “Se encontraba en Ávila D. Pelayo, Obispo de Oviedo (historiador de los sucesos en los tiempos de Bermudo I y III, y de Alfonso VI) gobernando la ciudad Doña Urraca, casada con el conde Ramón de Borgoña, padres de Alfonso VII “el Emperador” (1105-1157). Concertó este Obispo los desposorios del valeroso noble abulense Sancho de Estrada con Urraca Flores, e hizo las velaciones en la iglesia de Santiago; y en aquel acto solemnísimo, presenciado por toda la gran nobleza de la ciudad, el conde D. Ramónarmó caballeros con ceremonia de calzar espuelas de oroa los sobrinos del egregio Prelado… Según el Título XXIV de la Crónica citada, que trata de las fiestas y regocijos que se ficieron a las dichas bodas e de las fiestas e torneos que ovo en ellas. “…los nobles que ende eran e otras gentes de a pié lidiaron seys toros bravos é esquívos, con gran solaz e folgúra de los que tal oteaban por dicho coso [el de San Vicente] ante dicha señora Infanta e duéñas nobles con sus caballeros con gran gallardía é lidiados dichos toros el buen Conde e Obispo…” Como vemos, los toros no solo fueron lidiados por los nobles, ante dichas Infanta e dueñas, sino también por el Conde, padre de la novia, y por el mismo Obispo de Oviedo, D. Pelayo. (4)

Respecto a la afirmación que hace el marqués de Piedras Albas sobre que es “la boda regia más antigua de que se tiene conocimiento escrito”, ofrece bastantes dudas, aunque no es la corrida más antigua que se conoce, pues la “Estoria General” de Alfonso X el Sabio, parece ser que recoge unas funciones reales más antiguas aún y se realizaron en el año 815, con motivo de estar convocadas las Cortes por Alfonso II de Asturias (a) “El Casto”, y relata que se “lidiaban cada día toros”.

El profesor Flores Arroyuelo, en su obra “Correr los toros en España”, pag.121, nos informa que “en las bodas de doña Blanca con Roy Blázquez, de la casa de Lara, celebradas en Burgos en el año 959 y duraron cinco semanas, en las que hubo grandes alegrías: de alaçar a tablados et de bonfordar et de correr toros”, al parecer este dato lo toma de la “Crónica General de España de 1344” (Lisboa, L.F. Lindley Cintra, 1983-84, pag.215).

Más antiguo aún que la cita de la “Estoria General” de Alfonso X el Sabio, es el dato que nos aporta Julio Caro Baroja, en “El Estío festivo”, sobre la celebración de fiestas de toros, donde hace referencia a “una carta que el visigodo rey Sisebuto (612-621) dirige a cierto Obispo de Barcelona, llamado Eusebio, parece que éste era ya gran aficionado a los espectáculos de toros, cosa que el piadoso rey censura”, cuya carta fue publicada por el padre Enrique Flores en “La España sagrada”(VII, Madrid 1890, pag. 326). Esto en pleno siglo VII, (2)

Toro enmaromado de Benavente
Toro enmaromado de Benavente

Además hay un dato citado por Pascual Millán en su obra, “Los toros en Madrid”, 1890, pag. 22, que en el Fuero de Sobrarbe (al parecer la primera colección de fueros se publicaron en el año 1071, nueve años antes de la celebrada en Ávila, con  motivo del Concilio o Cortes de Jaca, ordenada por Sancho Ramírez, aunque hay dudas sobre la veracidad o existencia de dicho fuero), en el artículo 293 se disponía: “Si conduciendo por el pueblo al matadero alguna vaca o toro o cualquier otra bestia hiciese daño, la pierda su dueño; pero si el traimiento fuera por razón de bodas, de esposamiento o de nuevo misacantano, si daino á alguno fuere seido non es allí pena ni  periglo alguno, se el tenedor o tenedores de la cuerda maliciosamente non ficiesen flox o soltura de aquella por facer daino ó escarnio”. De ello se deduce que esta costumbre de llevar un toro enmaromado con motivo de bodas, que denominan “El toro de Boda”, era una práctica inveterada muy arraigada en la tradición española desde tiempos ancestrales; por ello, si hacemos un juego de palabras y transmutamos el antiguo aforismo de “primero hubo leyes que reyes”, es más veraz afirmar que “la  tradición genera legislación”. Y se llame “Fuero de Sobrarbe”…?, o “Fuero de Jaca”, que pudo ser el original y dictado por el mismo Sancho Ramírez, lo esencial es que desde mucho antes del siglo XI hasta finales del siglo XIX o principios del XX, “El toro de Boda” está presente entre las costumbres de la sociedad española, y además exonera de toda pena si el daño causado por el toro era con ocasión de bodas, esposamientos o de nuevos misacantanos.

Otro tanto ocurre en el Fuero de Tudela, otorgado por Alfonso I de Aragón, “El Batallador”, en 1122, que al tratar sobre daños ocasionados por animales quedan exentos de sanción cuando “el traimiento fuese por razón de bodas, de esposamiento o de nuevo misacantano”. Como podemos comprobar todos los fueros recogían en su legislación y le daban un trato especial, al “toro de boda”.

Panorámica de Zamora de 1570
Panorámica de Zamora de 1570

Y para no alargarnos más sobre estas legislaciones, no podemos dejar de mencionar el conocido Fuero de Zamora de 1276, que en el artículo 86 dice: “Defendemos que nenguno non sea osado de correr toro nen vaca brava enno cuerpo de la villa, se non en aquel lugar que fue puesto que dizen Sancta Altana; e allí cierren bien que non salga a facer danno. E se por ventura salir, mátenlo por que non faga danno”.

De esta disposición no puede deducirse que se refiera a ninguna celebración de bodas o esponsales, pero sí nos aporta un dato importante y es que ya en la segunda mitad del siglo XIII existía un lugar determinado y cerrado para celebrar las fiestas de toros. Otro dato interesante del fuero, es la noticia de que ya en aquella lejana centuria se corrían también vacas bravas. También podemos deducir, sin peligro a equivocarnos, que dicho lugar cerrado estuvo situado junto, o adosado, al lugar sacro llamado Sancta Altana, cuyo dato tiene una singular importancia para entender la ubicación de muchas plazas de toros junto a ermitas o iglesias, que aún subsisten en la actualidad y, quién sabe, dado el carácter religioso que impregnaba la mayor parte de las decisiones de la sociedad medieval, si ese emplazamiento, citado en el fuero, no estuvo inspirado, salvando las distancias comparativas que se quieran, en el libro del Levítico 17,3-9, que exigía que el sacrificio del animal a ofrendar a Yahveh debía realizarse en el lugar sagrado del tabernáculo, y puede que la construcción de muchas plazas de toros, aledañas a las ermitas que aún existen en España, tengan algún nexo recóndito con aquel texto bíblico que luego veremos.

Con respecto a las bodas reales en las que se corría el toro, muchos son los ejemplos que podrían citarse, mas, para terminar estas citas, baste reseñar la celebrada el año 1144, el 24 de junio en León, con motivo de la boda de doña Urraca “la Asturiana”, hija de Alfonso VII de León, con el rey  García Ramírez de Navarra, conocido como “El Restaurador”.

Cantiga 144
Cantiga 144

Es obligado citar el documento literario del siglo XIII, donde se narra la costumbre del “Toro nupcial” en Extremadura, que no es otro que las famosas “Cantigas de Santa María”, del rey Alfonso X el Sabio (1221-1284). La descripción que nos interesa está contenida en la cantiga CXLIV e ilustrada por una preciosa miniatura, donde se cuenta que en una corrida de Toros, celebrada en Plasencia, un hombre se encontraba dentro de la plaza, sin  darse cuenta de que el toro iba a embestirle y un amigo suyo que estaba viendo el peligro que corría, invocó a la Virgen Santa María y según el toro iba a cornear al hombre, se desplomó al suelo y después ya se hizo manso el animal.

La Cantiga se titula «Como Santa Maria guardou de morte un ome bôo en Prazença dun touro que vera polo matar», cuya traducción, del galaico-portugués en que fue escrita la Cantiga, dice: «Cómo Santa María salvó de la muerte a un hombre bueno de Plasencia, cuando un toro venía a matarle». Las partes traducidas, de la cantiga 144, que nos interesan son estas:

Y de esto un gran milagro hubo de mostrar Santa María, la Virgen sin par, en Plasencia, según he oído contar a hombres buenos y de creer. .

Y contaban este milagro así: que un hombre bueno allí moraba y que a esta Señora, como he aprendido, sabía querer más que a cosa alguna, ..

Por donde, un caballero se casó bien de la villa , y mandó traer toros  para sus bodas , y apartó uno el más bravo de ellos , que mandó correr.

En una plaza grande que hay allí delante de la casa del hombre bueno del que os he hablado. Pero él no se pagaba de ir allí ni de verlo.

Pero este hombre tenía un compadre suyo, de nombre Mateo, que envió por él, como he sabido para cosas que quería decirle.

viñeta 4ª de la Cantiga 144
viñeta 4ª de la Cantiga 144

Y él salió para ir allá entonces, y el toro se dejó ir de rondón  a él, para herirlo, muy felón para meterle los cuernos por las espaldas.

Y el clérigo, cuando esto vió desde una ventada, merced pidió a santa María, y no le falló pues luego vino a valerle.

Y de tal modo lo socorrió  que el toro luego cayó en tierra,  y todas las cuatro patas extendió  así como si se quisiese morir.

Y yació así de aquella manera hasta que el hombre estuvo en el portal  de la casa de su compadre, a la que no llegó mal,  donde lo cogió él.

Y el toro se erigió, y desde esa vez nunca después a ningún hombre hizo mal por la virtud del Señor de prez que a los suyos no deja mal prender”.

Ayuntamiento de Plasencia
Ayuntamiento de Plasencia

La fecha de los esponsales del caballero de Plasencia, algunos apuestan que ocurrió hacia la mitad del siglo XIII o quizá antes, pues la costumbre, como queda reflejado más arriba en el principio de la cantiga, tenían ya siglos de tradición y el tal milagro ocurrió mucho antes de que el rey Sabio lo reflejase en sus cantigas, tal como confiesa el personaje que lo cuenta “según he oído contar a hombres buenos y de creer”, y la corrida se celebróen una plaza grande que hay allí delante de la casa del hombre”, es decir en la Plaza Mayor, que en la actualidad está presidida por el Ayuntamiento que ocupa lo que fue llamado el Palacio Municipal, de estilo renacentista de 1523, coronado en la parte izquierda por una torre-campanario a la que está encaramado, y agarrado a una de las columnas del templete que sostiene la campana, el “Abuelo Mayorga”, un personaje, o muñeco, que se encarga de dar a los ciudadanos las campanadas de las horas.

En ésta ciudad, fundada por Alfonso VIII de Castilla, en 1186, con el lema “Para agradar a Dios y a los hombres”, escrito, naturalmente, en latín, es donde se casó Juana “La Beltraneja” con Alfonso V de Portugal (sobrina de Isabel la Católica e hija del rey Enrique IV de Trastámara, motejado “El impotente”, a quien por ley le correspondía el trono de España y no a su tía), celebrada el 25 de mayo de 1475, y como es de suponer, y la costumbre lo requería, en las celebraciones no pudo faltar el “toro de boda”.

El abuelo Mayorga
El abuelo Mayorga

También en esta ciudad transcurrieron los últimos días de vida del rey Fernando el Católico, aconsejado por sus médicos que le dijeron era el lugar más saludable de todo su reino. Al poco tiempo tuvo que desplazarse hasta Guadalupe a presidir los capítulos de las órdenes de Calatrava y Alcántara, muriendo, de camino, en el pueblo de Madrigalejo, tras ingerir un excesivo plato de criadillas de toro, al que era muy aficionado y que frecuentemente le suministraba su segunda esposa Germana de Foix.

Lope de Vega en su obra Peribáñez y el Comendador de Ocaña, nos describe la corrida de la boda del protagonista y de los preparativos de la misma, y de cómo los jóvenes traen el novillo más bravo que encuentran en los prados cercanos, para llevarlo hasta la casa de la novia. De esa obra es esta poesía que cantaron los músicos, por orden del comendador, y que recoge Flores Arroyuelo en su obra “Correr los toros en España”:

“El novillo de tu boda

a tu puerta me cogió;

de la vuelta que me dio

se rió la aldea toda,

y tú grave y burladora,

linda casada,

no dijiste: ¡Dios te valga!”(5)

Toro de las bodas de Isabel, Teruel
Toro de las bodas de Isabel, Teruel

Mas, todos estos datos y ejemplos que anteceden, no aclaran ni describen con una mínima especificación, no sólo el desarrollo, objeto y significado de la fiesta, sino lo que es más importante, el papel que realizaban cada uno de los intervinientes: como el protagonismo del novio y el de los jóvenes amigos colaboradores; la conducción del toro enmaromado y el recorrido por el pueblo o la presencia y la intervención muy destacada de la novia y, por último, el significado de la impregnación sanguino-táurica de varias prendas, tanto del novio como del ajuar de los nuevos desposados.

Entre los varios escritores consultados y que tratan sobre la costumbre de celebrar “El Toro de Boda”, el que más extensamente lo trata y analiza es Ángel Álvarez de Miranda en su obra “Ritos y juegos del toro”, pero todos lo toman de la obra “Supersticiones Extremeñas” escrita por el folklorista Publio Hurtado, que describe esa costumbre, ya desaparecida a principios del siglo XX, y lo hace de la siguiente forma:

En Extremadura, en la región de Hervás, Casas del Monte, La Zarza y otras, existe la costumbre de comenzar las ceremonias nupciales dos días antes de la boda. En este día, el novio y sus amigos sacan un toro del matadero, atado por los cuernos con una fuerte maroma. Recorren con él todo el pueblo, toreándolo con las chaquetas, hasta llegar a la ventana de la prometida, donde es muerto, después de que el novio le ha colocado, un par de banderillas previamente adornadas por la novia.”

Al igual que Álvarez de Miranda, también José María Domínguez Moreno, en su obra “Las Bodas Populares cacereñas”, nos dice que es fundamental la participación del novio, el cual, para burlar al toro, usaba su propia chaqueta para rozarla sobre el morlaco, o bien para que fuese impregnada por la sangre del animal y, de este modo, las prendas pudieran imbuirse de la fuerza genésica del toro que, posteriormente, pasarían al cuerpo del novio, cuando las vistiese.(6)

Pintura del monasterio de Silos
Pintura del monasterio de Silos

Cuando el animal, conducido enmaromado la víspera de la boda, llegaba a la casa de la novia, era sujetado con su misma cuerda a la ventana de la futura desposada, donde era inmovilizado, momento que aprovechaba el novio para clavar en el toro las banderillas, ricamente engalanadas por la novia, para que produjese más sangre y así impregnar, nuevamente, no solo las prendas del novio, sino alguna sábana del ajuar matrimonial, con lo cual todas las facultades genésicas del toro pasarían a la pareja, y así conseguir que todo ese poder repercutiese en la fertilidad del matrimonio. En una pintura anónima del monasterio de Silos, en Burgos, parece representar a un joven con una especie de trapo o sábana en la mano izquierda, mientras que en la derecha levantada lleva una banderilla y está en actitud de lanzársela al toro, que le mira desafiante.

El Toro de Coria
El Toro de Coria

También nos comenta Domínguez Moreno que, tanto en Hervás, Zarza de Granadilla, Segura de Toro, Aldeanueva del Camino, Casar de Palomero, Casas del Monte, Baños de Montemayor, Jarilla y Ahigal, el rito y desarrollo de la corrida es idéntica, con la variante de que: “El novio, antes de que muera el toro, manchará sus manos de sangre y con ellas tocará los vestidos o el pañuelo de la novia” que sería la receptora, por la sangre, de todo el poder fecundante que le transmitía el toro.

Cuando el animal era sacrificado a la puerta de la casa de la novia -hecho que no siempre ocurría en todas las bodas, sino que, en algunos casos, el animal era devuelto al campo y podía ser utilizado en nuevas ceremonias-, el novio, lo primero que hacía era arrancarle las turmas o criadillas al toro y comérselas cocinadas, como hemos señalado más arriba al referirnos a Fernando el Católico, y cuyo acto y costumbre puede estar entroncado o al menos relacionado con el rito de “El toro de Coria”, el cual -tras ser asaeteado con innumerables dardos de alfileres con papelillos que preparan las novias o las chicas solteras, aunque parece no tener relación alguna con las bodas- una vez cansado y dado muerte los mozos se disputan férreamente, en una lucha visceral, para conseguir arrancar los testículos del toro, cuyo trofeo exhiben y pasean orgullosos por todas las calles de la ciudad.(8)

Arponcillo de alfiler y papel del toro de Coria
Arponcillo de alfiler y papel del toro de Coria

En cuanto al consumo de las partes del toro y los beneficios que de ello podían adquirirse, no sería aventurado asegurar que pudo estar relacionado con las antiguas creencias egipcias de que al consumir, el faraón, las partes del toro, éste adquiría su fuerza y virilidad. De todas esas creencias se han hecho eco los autores clásicos, como Plinio el Viejo (23-79) en su “Historia Natural”, que narra el sacrificio del toro Apis al que ahogaban en el Nilo cuando cumplía 28 años y su carne era consumida por los faraones; costumbre que llegó, incluso, hasta los tiempos del reinado de Ramsés II (1290-1224 a.C.) y puede tener su origen en el llamado “Himno Caníbal”, escrito en un muro de la antecámara del faraón Unas (2356-2323 de la V dinastía) donde se relata que el faraón muerto comía la carne de los dioses para ser como ellos: “…Unas es el toro del cielo… que vive de la existencia de cada dios, que devora sus entrañas… y ha engullido el conocimiento de todo dios…”. Ahí, como vemos, pudo estar el origen de la ingesta gastronómica de las partes del toro. (9)

Este ritual de fecundación del toro nupcial, al perecer, no fue exclusivo de Extremadura, sino que pudo realizarse en muchos otros lugares de España, como nos señala Flores Arroyuelo en la obra citada, y menciona el ritual que se realizaba, aunque con algunas variaciones, en Calasparra (Murcia), cuya celebración alcanzó hasta los años 50 del s.XX y se realizaban dentro de los festejos dedicados a los santos patronos San Abdón y San Senén, el 30 de julio, en donde “el toro salía suelto del lugar en que había permanecido enchiquerado arrastrando una maroma que pendía de sus cuernos, y a partir de ese momento los jóvenes corrían tras él pugnando por asirla para después, poco a poco, en medio de sus embestidas, ir ganando cuerda hasta llegar a reducirlo. El que así lo conseguía lo llevaba hasta la casa de su novia donde lo ataba a la reja de la ventana, posibilitando que ésta le colocase en el testuz un tallo de alábega”. (5)

Sobre la significación del toro en las relaciones amorosas de los jóvenes de ambos sexos, Julio Caro Baroja, en su obra “El estío festivo”, en el apartado “Emparejamientos”, transcribe uno de esos emparejamientos -que toma prestado de don León M. Granizo y su obra “La provincia de León”-, que se realizaba, desde tiempo inmemorial, en el pueblo leonés de La Braña, una pedanía de Encinedo de la comarca de La Cabrera, que transcurría de la siguiente forma: “Al llegar la época dura de las labores del verano, los mozos de algunos pueblos, cuando se hallan reunidos con las mozas, se tapan la cabeza con una cesta adornada con unos cuernos de buey. Una vez tapados, hacen ademán de acometer a una de aquellas, hasta llegar a toparla (darla con los cuernos). Luego otro y otro y otro, a cada una de las mozas, respectivamente. Desde aquel día, todos los mozos que toparon, pueden dormir en un pajar con las mozas que han escogido en sus topes o simuladas embestidas, sin que los padres, ni allegados de ellas, opongan la menor resistencia”.

Plaza del santuario de la Virgen de las Nieves, Almagro
Plaza del santuario de la Virgen de las Nieves, Almagro

Parece ser cierto este relato a tenor de un informe que se conserva en el Museo Etnográfico de Madrid que lo corrobora, y según este informe se trata de un baile que se realizaba el 1º de mayo y dice que: “…duermen todo el verano juntos. En el día de San Miguel (29 de septiembre), a toque de campanas, bailan y se separan; y, cosa rara, apenas si se ve que hay mozas embarazadas, y si alguna tiene esa desgracia, comete antes un crimen que verse deshonrada. Mucho han trabajado los párrocos para quitar estas costumbres, pero nada han conseguido”, según comenta Caro Baroja.

Otro caso parecido, de idéntico relato y contenido, lo aporta A. Álvarez de Miranda en su obra citada anteriormente, que se celebra en la comarca de la Cabrera baja (comarca donde también se encuentra el municipio de Encinedo), coincidiendo ambos autores en la fecha de inicio del baile entre los jóvenes, pero disienten en la fecha de finalización, pues Álvarez de Miranda dice que: “duermen juntos hasta el uno de noviembre, día en que a toque de campana júntanse de nuevo para bailar, separándose después”.

Lo esencial de este rito es que el mismo no carece de significado, pues: “los hombres enmascarados de toros intentan ser partícipes de la potencia genésica del toro” y tal como termina afirmando este autor: “El disfrazarse de toros y la lucha taurina que precede a la unión con las jóvenes, significan algo más que la garantía de los atributos físicos de los machos, y tienen el carácter de un rito mágico acrecentador de la potencia generativa”.

Plaza de Santa Cruz de Mudela
Plaza de Santa Cruz de Mudela

Como vemos, todos esos ritos de sangre y fecundación previos a los de paso o desposorios, fueron muy frecuentes, con las variantes anotadas, en todas las tierras de España, cuyos orígenes habría que buscarlos en la más remota antigüedad y en aquellas creencias de las potencialidades genésicas que el toro podía transmitir tanto al hombre como a la mujer, tal como mencionamos al principio. Todo ello es comprensible en unas sociedades netamente agrícolas que dependían, no solo de la fecundidad de los campos y de la abundancia de las cosechas, sino de una mano de obra necesaria para gestionar y trabajar los campos y obtener los artículos alimenticios que necesitaban. Por ello, podemos afirmar que el ser humano, desde tiempos inmemoriales, no solo creía sino que anhelaba la fecundidad del matrimonio, para lo cual no escatimaba en realizar cualquier tipo de ritual.

A este respecto, y aunque el toro no tiene presencia ni intervención alguna, permitidme traer aquí un pasaje, relatado en el libro de los Jueces, que pone de manifiesto la importancia y el desgarro que supone la pérdida no solo de la fecundidad, sino el traumatismo psicológico que supone para una mujer virgen ser privada de la posibilidad de procrear y tener hijos.

Los acontecimientos fueron los siguientes: Jefté, hijo de Galad y de una prostituta, octavo de los catorce jueces que gobernaron Israel -anteriores a la unificación del reino por Samuel y los reinados de Saul, David y Salomón-, en una de las continuas luchas por la posesión de la tierra se enfrentó a los hijos de Ammón, y a pesar de las fuerzas de que disponía solicitó la ayuda de su señor Yahvéh, al que le hizo el siguiente voto: «Si pones en mis manos a los hijos de Ammón, el que, al volver yo en paz (de la expedición contra) los hijos de Ammón, salga de las puertas de mi casa a mi encuentro, será para Yavé, pues se lo ofreceré en holocausto«(Juc. 11,30-32). Dios le concedió el favor que le había pedido y Jefté obtuvo una gran victoria sobre los amonitas.

Jefté recibido por su hija, de Hieronymus Francker
Jefté recibido por su hija, de Hieronymus Francker

Cuando efectivamente llegó a su casa, a Masfa, salió a recibirle su única hija, aún doncella, con tímpanos, músicas y danzas. Al ver, Jefté, que quien salía a recibirle era su única hija rasgó sus vestiduras y abatido y sollozando confesó a su hija el voto solemne que había hecho a Yahveh, a lo que la joven contestó a su padre, con inusitada serenidad, que hiciese con ella lo que había prometido a Dios, al tiempo que le pidió le concediese un favor: «Hazme esta gracia: Déjame que por dos meses vaya con mis compañeras por los montes, llorando mi virginidad...»(Jc. 11,37). Transcurrido el plazo pedido el padre ofreció a Yahveh a su hija en holocausto, y como sigue diciendo el libro de los Jueces, 11,40: «De ahí viene la costumbre en Israel de que cada año se reúnan las hijas de Israel para llorar a la hija de Jefté, galadita, por cuatro días«.

James George Frazer, en “La Rama Dorada”, describe un sin número de ejemplos sobre la significación del “espíritu del grano” y la fecundación que realizaba el toro sobre los sembrados. De hecho, en las homologías que cita, la mujer es asimilada a la tierra y al recibir el grano, elemento masculino, éste germinará dentro de ella y posteriormente fructificará. De ahí la costumbre de lanzar granos de arroz a los desposados, una vez realizada la ceremonia nupcial, que tiene por objeto desear la fecundidad de la pareja, aunque en la memoria y en el conocimiento de las sociedades actuales se haya borrado todo rasgo y significado de procedencia.

Precisamente, hasta el primer tercio del siglo XX, en algunos pueblos de la provincia de Cáceres limítrofes con Portugal, existía la costumbre que la madre de la novia “introducía en el dobladillo del vestido de la novia algunos granos que previamente habían sido rociados con agua bendita. Llegada la noche, la recién casada sacaba los granos de la bastilla y los sembraba en un recipiente sin estrenar. Si la semilla agarraba era prueba de que la novia estaba pehada o de que lo estaría en breve tiempo”.(6)

Jardines de Adonis, crátera del s.IV
Jardines de Adonis, crátera del s.IV a.C.

Esa costumbre, según relata Domínguez Moreno, guardaba algún parecido con los llamados Jardines de Adonis, que en honor a este dios y durante la fiesta de la Adonía, las mujeres plantaban, en canastas y tiestos planos, bien trigo, cebada u otro tipo de plantas de rápido crecimiento, pero que también  se marchitaban pronto; por ello, la creencia en la eficacia de  la fecundidad para la mujer radicaba en función al tiempo que la semilla sembrada, una vez brotaba, tardase en marchitarse, valorando así la posibilidad de fertilidad de la pareja. A este respecto J. Frazer creía que los jardines de Adonis proporcionaban la fertilidad, mientras Platón, en Fedro, habla del agricultor sensato que planta las semillas en el tiempo adecuado y no en pleno verano en un jardín de este dios. De hecho los griegos tenían un adagio que decía: “más estéril que un jardín de Adonis”.

No cabe duda que el cristianismo siempre luchó, o procuró, eliminar los ritos paganos arraigados en las costumbres populares, y cuando no conseguía sus fines procuraba transformarlas, modificarlas, adaptarlas o disfrazarlas para que, de algún modo, al darle una pátina de sacralidad perdiesen el nexo con creencias no cristianas. De hecho, muchas de las celebraciones taurinas se siguen dando en días festivos o con ocasión de la celebración de algún acontecimiento religioso de importancia, como ocurre, por ejemplo, en el pueblo zamorano de Benavente, donde tienen la costumbre de celebrar la “Fiesta del Toro” el día del “Corpus Christi” y terminada la solemne procesión con la exposición del Santísimo Sacramento, dentro de la Custodia procesional, corren un toro enmaromado y después de ser sacrificado y descuartizado el animal, las jóvenes, llamadas “Corredoras del toro”, manchan sus zapatillas en la sangre del animal, como remembranza de las ofrendas sanguíneas que exigía Diana a sus sacerdotes y Nereidas, y la carne se reparte entre las y los jóvenes benaventanos.

Este ritual, al parecer, hunde sus raíces en los antiguos ritos dionisíacos, pues como dice Frazer en “La Rama Dorada”, en algunas zonas de Grecia y en las fiestas invernales dedicadas a Dionisos, acostumbraban a elegir un toro y llevarlo al santuario del dios, pues creían que el dios aparecía en forma de toro. De ahí que las mujeres de Elis le aclamasen como un toro y le rogaban que viniera: “Ven acá, Dionisos, al sagrado templo junto al mar; llega con las Gracias a tu templo embistiendo con tus pezuñas de toro, oh hermoso toro, oh hermoso toro…” (este ritual aparece en la tragedia de “Las Bacantes”, de Eurípides); no en vano a Dionisos se le llamaba “nacido de la vaca”, cara de toro”, “toro cornudo”, “portacuernos” o “bicorne”.

Las piadosas rogativas a la virgen a favor de la fertilidad o para que las embarazadas desarrollen felizmente su gestación, o que su Divina intervención las asista a la hora del parto, son numerosas en infinidad de himnos versificados y salmodiados, en poemas o cánticos religiosos de alabanza, donde podemos encontrar alguna estrofa referida a estas peticiones.

Gozos de Nª Sª de la Salud, de Rótova
Gozos de Nª Sª de la Salud, de Rótova

Así ocurre en los llamados “Gozos de Nuestra Señora de la Salud” de Rótova, Valencia -en la comarca de la Safor, partido judicial de Gandía- se la invoca, en la 4ª estrofa, para que libre al pueblo no solo “de la tempestad y epidemias” sino que le suplican la fertilidad de los campos con el envío de la lluvia fecunda: “favorece las siembras/ con la lluvia protectora”. Luego, en la 6ª jaculatoria, no podía faltar la petición protectora de la Virgen en los partos: “A la devota afligida/ que en su parto, congojosa/ fluctúa en riesgo su vida/ sálvala Virgen piadosa”.

Ese sincretismo entre lo pagano y lo religioso, podría decirse que es tan numeroso y abundante que serían innumerables los ejemplos que podrían citarse y cuya antigüedad se remontan a los tiempos de la reconquista, cuando, recuperada a los árabes la mayor parte de España, proliferan los hallazgos de vírgenes enterradas y halladas, muchas de ellas, por mediación del toro; de cuyos numerosos hallazgos, como digo, en su mayor parte en tiempos de Alfonso X el Sabio, hablaremos en un próximo artículo.

A todas esas vírgenes se las invocaba y se las solicitaba una serie de favores, la mayoría de las veces relacionados con la fecundidad y la fertilidad, convencidos los devotos suplicantes que, la Madre del Supremo Hacedor y confiando en su maternal ternura, siempre les concedería la gracia solicitada.

Con el fin de finalizar este artículo, relativo al “toro de bodas o la búsqueda de la fertilidad”, vamos a referir la curiosa historia de Nuestra Señora de Nuria, a la que acuden las mujeres con el mismo propósito de encontrar la fertilidad, como hacían las novias con el toro de bodas.

Nª Sª de NURIA
Nª Sª de NURIA

De esta virgen de Nuria, que toma el nombre del valle pirenaico de esa misma denominación donde está ubicado su santuario y que pertenece al municipio gerundense de Queralbs, cuentan que la imagen fue tallada por un  Abad ateniense, llamado San Gil, que llegó al valle hacia el año 700, pero se vio obligado a esconderla ante la invasión musulmana de la Península Ibérica. Junto a la imagen escondió también la olla con la que daba de comer a los pobres que a él acudían, la cruz que usaba para sus rezos y una campana con la que anunciaba a los pobres que la comida estaba lista para servir.

Hacia el año 1079 fue encontrada la imagen por un peregrino, que venía de la actual Croacia, dentro de una cueva, de donde salía una potentísima luz sobrenatural cuya entrada estaba custodiada por un toro. Allí encontró la Cruz, la olla y la campana del abad San Gil, que aún se conservan actualmente, en cuyo lugar levantó una ermita para que fuese venerada (hoy un gran  santuario, en el cual se redactó el primer estatuto de autonomía de Cataluña en 1931). La Virgen, que ha sido restaurada, era en principio un poco morena, y de hecho se la sigue denominando como “la Moreneta del Pirineu” y a ella acuden las mujeres que desean tener hijos. Para conseguir que la Virgen les conceda esta gracia, la mujer coloca su cabeza bajo la olla de san Gil y hace sonar la campana. La leyenda dice que el número de veces que la mujer haga sonar la campana, representa el número de hijos con que espera que la Virgen la bendiga.

Muchos más ejemplos podemos encontrar en infinidad de municipios, ermitas y vírgenes diseminadas por toda la geografía española, y la relación “del toro con la Madre de Dios llega hasta la construcción de pequeños tentaderos adosados a sus santuarios. Durante las fiestas marianas, en ellos se daba y aún se da muerte a la res, cuyos restos se reparten entre los asistentes a la romería”. (9) Entre esas plazas, por citar algunas, están las de Fregenal de la Sierra (Badajoz) detrás del castillo e iglesia templaria del s.XVIII; la de Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real) aneja a la ermita de la Virgen de las Virtudes que data de 1641;  la de la ermita de la Virgen de las Nieves, patrona de Almagro (C. Real) también del s.XVII, o la famosa plaza de toros de Talavera de la Reina, que está junto a la ermita de la Virgen del Prado, en cuyo ruedo Joselito el Gallo toreó su última corrida, aquella aciaga tarde del 16 de mayo de 1920.

Plaza de Talavera de la Reina
Plaza de Talavera de la Reina

Como queda relatado, desde la más remota antigüedad, los hombres y las mujeres han anhelado, ansiado y codiciado, tanto la fecundidad como la fertilidad de la pareja, a fin de conseguir la descendencia necesaria para que, una vez alcanzada la edad propicia, contribuir con su trabajo al sostenimiento familiar, así como la continuidad de la especie humana. Para ello ha recurrido a toda clase de rituales, ceremonias, cultos o plegarias, para que el poseedor de esas potencialidades genésicas las transmitiese a los suplicantes. En función a las creencias imperantes en las diferentes etapas de la historia, el detentador por excelencia fue el toro y con la llegada del cristianismo y el sincretismo producido, tanto de costumbres como de rituales motejados de paganos, el toro es sustituido por vírgenes y santos.

PLACIDO GONZALEZ HERMOSO   

BIBLIOGRAFIA

1.- Francisco Flores Arroyuelo, “Del toro en la antigüedad

2.- Fernad Comte “Las grandes figuras mitológicas

3.- Miranda Jane Gree, “Mitos Celtas”,pag. 74, Edicc. AKAL

4.- Marqués de Piedras Albas “Fiestas de Toros, Bosquejo histórico”, pag. 322

5.- Francisco Flores Arroyuelo, “Correr los toros en España”, pag.114

6.- José María Domínguez Moreno, “Las Bodas Populares cacereñas

7.- 4.- Maclug d’Obrheravt, “Mitología Ibérica

8.- Juan Posada, reportaje en Antena Semanal. 24-junio-1984

9.- Cristina Delgado Linacero, “El toro en el Mediterráneo

En este capítulo trataremos, precisamente, sobre la costumbre ancestral de los ritos de boda, en los que el toro es el actor principal, en el reparto teatral mágico-genésico, cuyos efectos fecundadores parece transmitir dicho animal tras la realización de elaborados…

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2 Comentarios

  1. Juan JOsé Fernández Delgado

    Muy interesante el artículo. Lo usaré copmo bibliografía para un pare de conferencias. Muchas gracias.

    • Muchas gracias por su comentario. Me alegro que le haya interesado y me parece bien que lo utilice en sus conferencias. Si no fuera mucho pedir, me gustaría me informase donde y cuando pronunciará las conferencias y si las publicará para ser consultadas. Seguro que serán de gran interés.
      Gracias y un saludo.

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